EL MATRIMONIO SANGRIENTO, DE SALVADOR LEMIS. OBRA TEATRAL DE 15 MINUTOS.

EL MATRIMONIO SANGRIENTO.
Salvador Lemis.    Obra corta en un acto y varios suspiros.


CUADRO 1. “EL RECIBIMIENTO”
Una mujer termina de arreglarse. Traje de noche, elegancia, buen gusto. Hay una mesa servida con velas, mantel largo, cubiertos de plata. Se ve que anda apresurada. Trae un zapato en la mano mientras se coloca un arete. Corre. Sirve algo más en la mesa. Prepara la botella de champaña que coloca en hielo.
Suena el timbre. Abre. Entra un hombre, su ex esposo. Le lleva unas rosas. Ella ni siquiera repara en ellas, les resta importancia y las deja sobre la mesita. Se saludan fríamente. Él trae además unos papeles que ella quizá firme.
LAURA: Creí que no ibas a venir.
MARCOS: En realidad tenía varias invitaciones. Ésta era la más importante.
LAURA: Me imagino.
MARCOS: ¡Qué ocurrencia celebrar un dos de noviembre, Laura!
LAURA: Fue el día en que nos casamos, también la niña nació un dos de noviembre.
MARCOS: Ya sé. ¿No vamos a beber un vino antes?
LAURA: No hay tiempo. Se va a enfriar la cena. Es especial.
MARCOS: No sé por qué tenemos que ser hipócritas. Armar toda una celebración para que me firmes unos simples papeles.
LAURA: No somos hipócritas. Somos civilizados. Hay una ligera diferencia.
MARCOS: ¿Me siento? ¿No?
LAURA: Por favor.
MARCOS: Gracias. ¿Champaña y todo?
LAURA: ¡Claro! Te enamoraste de mí por un tín de sofisticación. No lo he perdido, Marcos, no lo he perdido. Y aunque sea una “mediocre enfermera de tiempo completo”, como me decías, tengo –no digamos alma, porque ésa es una palabra prohibida “aquí”-, pero sí tengo lo que ya nadie conoce: buen gusto. La invasión de la fealdad nos concierne a todos.
MARCOS: (Tajante).  Basta. Comamos. Traigo un hambre atroz.
LAURA: (Cada texto de ambos lleva doble o triple intención. Generar atmósfera, expectativas…). Yo también tengo hambre.
MARCOS: Comamos.
LAURA: Abre la botella.
MARCOS: (Estallido). ¿Por qué brindamos?
LAURA: Por la Muerte.
MARCOS: (Reacción). Por la Vida.

CUADRO 2.
(Ligero apagón de paso de tiempo, donde quedan sólo velas prendidas y ellos comiendo en silencio: como si rezaran o se mostraran como demonios. En ese instante desvirtuar la imagen, tratando de que se vean como dos diablos o cerdos, que tragan. Sonidos de cadenas que se arrastran y cuchillos afilándose. Con un truco cambiar las rosas que él trajo: están completamente marchitas).
LAURA: ¿Qué te parece? Yo misma lo he horneado.
MARCOS: (Boca llena). Hum, delicioso.
LAURA: Me alegra.
MARCOS: Aún no me has dado el permiso ampliado.
LAURA: No permitiré que veas a la niña más de lo estipulado con mi abogada.
MARCOS: Pero, Laura.
LAURA: Por favor…
MARCOS: Bueno, comamos en paz. Ojalá el champán te haga recapacitar.
LAURA: Sí, sí, otra copa, por favor. Gracias.
MARCOS: No me voy a pasar la maldita noche brindando por esto, por lo otro… Estoy harto.
LAURA: Prometimos no pelear.
MARCOS: Lo siento.
LAURA: Tú no sientes nada.
MARCOS: ¿Con quién dejaste a la niña hoy para que yo no la viera?
LAURA: ¿Quieres postre? Hay trozos de manzana asada con caramelo.
MARCOS: No cambies la conversación. ¡Quiero ver a la niña!
LAURA: Escucha, pedazo de cabrón: lo único que me ataba a ti era nuestra hija. ¡¿Y sabes dónde está ahora, trozo de mierda?! Dentro de nosotros, de donde jamás debió haber salido.
MARCOS: (Sin comprender). ¿Qué?
LAURA: ¡El asado! ¿Qué pensaste que era? ¡¿Conejo?! ¡Sí, ya sé que te gustaba el Conejo a la Wellington! Es tan raro que no me hayas preguntado.
MARCOS: (Está aterrorizado). No entiendo. (Ella se levanta y le clava una jeringa en el cuello. Le inyecta un líquido que le paraliza. Le muestra el frasquito vacío. Los ojos de él parecen desorbitarse).
LAURA: Sí, entiendes, Marcos. La niña, nuestra hija, la pequeña Flor, me dijo con su vocecita mañanera: “¿Qué estás haciendo, mamá? ¿Vamos a jugar a los médicos?”
MARCOS: (Farfulla).
LAURA: Puedes hablar. Este líquido que robé del laboratorio, cariño, tensa todas las funciones musculares, pero las cuerdas vocales, las pupilas, conservan su movimiento. Vamos, intenta decirme algo.
MARCOS: (Es evidente que no puede).
LAURA: Mejor. Me encantan los monólogos. Dos de noviembre, reencuentro, vida nueva. (Transición). Primero la sedé. Porque una madre suele ser malvada, pero no tanto. Mientras la desangraba le hice un cuento, porque dicen que a menudo el alma queda suspendida y escucha. Y ella sí tenía alma. ¡Vaya palabreja que no significa nada! Hay palabras así: como amor, hija, matrimonio, vínculo. Una sarta de palabras que no indican nada de nada. ¡Para que veas! ¡Como la palabra “nada”! Ahora les llaman “constructos”: o sea, otra palabra “construida” para indicar nada, mierda, baratija, caca, vida.
MARCOS: (Farfulla). Puta.
LAURA: Me ofendes. No era precisamente la primera palabra que tenías que decir. (Lo abofetea súbitamente). Y no te me pongas “cerrero”, porque he preparado una extraordinaria velada. Mira, por ejemplo… (Le muestra una bandeja con tijeras, algodones, bisturíes, etc).
MARCOS: (Farfulla).
LAURA: ¿Qué? Dicción, cariño.
MARCOS: (Logra pronunciarlo). Vomitar.
LAURA: ¡Ay tienes ganas de vomitar! Pues mira que no, no vas a desperdiciar a nuestra hija así como así. ¡Aguántese como un hombre!
MARCOS: Asco.
LAURA: ¡Ya sé que sientes asco, Marcos, no te empeñes en explicarme –en tus condiciones actuales- lo que sientes, porque no me importa. Como a ti tampoco te ha importado lo que “siento” ni lo que “sentí” ni lo que “sentiré”. (Prepara los instrumentos quirúrgicos).
MARCOS: ¿Qué vas…?
LAURA: ¡Ay, pero qué cabeza la mía! ¡El postre! ¡Falta el postre! (Sale a la cocina. Allá hay que ponerle “pupilentes” blancos. Ella deberá irse transformando con ligeros cambios a medida que pasan los minutos, como demonio. Sale con un platico de postre, sirve). A ver… esa boquita. (Lo golpea). ¡Sí, ya sé que no puedes moverte, idiota! Pero haz un esfuerzo por tragarte el postre. (Le obliga a comer). ¿Cómo abre la boca el leoncito? (Transición). Después la corté en pedazos. Primero grandes.
MARCOS: Lau… ra.
LAURA: Bueno, claro, hay que diseccionar grande. Bueno, sí, ella era pequeña, claro. No necesité una sierra para baobabs, eh. Una pequeña, de hacer carpintería en casa. ¡Ay, pero qué criatura! ¡¿Cómo se puede almacenar tanta sangre?! Borbotones. Ya la limpié.
MARCOS: Por favor…
LAURA: Ya se te escucha más claro. ¿No te gusta el postre? No existe una buena velada sin un buen plato dulce. Deja probar, espera… ¿Sabes? Le puse ese líquido gelatinoso que los niños tienen entre los ligamentos.
MARCOS: No habrás…
LAURA: Te engañé. Es manzana y nada más. Pero es cierto, (lo prueba)… está un poco desabrido.
MARCOS: Laura.
LAURA: ¡Pero te estás orinando! Bebé. Bebé mío. Marquitos, los niños no se orinan en los pantalones. (Cachetaditas). Malo, malo, malo. (Riendo). Ahora recordé la primera vez que probamos la “lluvia dorada”, majadero. Fue allí, en el cuarto de baño, donde corté a la niña para que la sangre se fuera a las alcantarillas de esta puerca ciudad inhumana. Se iba lejos, lejos, al mar. Pero de eso “no te estaba hablando”, sino de cochinadas. Me orinaste la espalda, los senos… ¡y eso me excitó mucho! Porque el agua de la ducha estaba un poco fresca, algo fría. “Déjala así”, dijiste. Entonces me orinaste. (Pausa, boca abierta). ¡Ay, mi sorpresa! ¡Abrí la boca y algo del chorro brillante me cayó en la boca! Salado. Definitivamente la orina es de sabor salado. Me orinaste. Perverso. Luego lo repetimos muchas veces, siempre que a ti se te antojara. Ahí es cuando las cosas comienzan a mutar de valor, a transformarse: pasa de ser un juego erótico a una humillación. Y yo me sentía como una pulga miada. Allí, engordando después de la maternidad… recibiendo tu humillación cada vez que tomabas unas cervezas o cosas así. Pero todo alcanzó el punto supremo cuando en nuestro aniversario se lo contaste a tus amigos. Y se rieron todos. Todos. Y dos amigas mías que estaban allí me llevaron para la cocina y en lugar de darme ánimos, me preguntaron con los ojos así… “¿En serio te dejas hacer eso? Nosotras vimos por internet que hay gente que se come la caca de su pareja. ¡Se embarran y hasta la prueban! ¿Tú lo has hecho, Laura?” (Transición). Vacas. (Pausa).
MARCOS: Perdona.
LAURA: “Perdona” lo dijiste clarísimo, cerdito. En realidad prefería haber hecho una carnicería con tus amigotes y las dos vacas, pero soy enfermera. Conozco la sangre. No se puede matar a varias personas porque no se sabe cómo esconder tantos litros de sangre. ¡Lo ideal es quemarlos! ¡Pero el humo denso se iba a ver hasta Alemania! ¿Qué se puede hacer con una manada de hipócritas? Dejarlos vivir, para que reciban castigo divino. “Karma”, le dicen ahora que la India está de moda.
MARCOS:
LAURA:
MARCOS:
LAURA:
MARCOS:
LAURA:
MARCOS:
LAURA:
MARCOS:
LAURA:
MARCOS:
LAURA:
MARCOS:


CUADRO FINAL:
(Aparece la niña en la puerta. Tirita de frío. Viene en pijama y una colcha roja).
FLOR, NIÑA: Mamá… hace mucho frío allá dentro.

APAGÓN TOTAL.







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